Gloria
Encuentra inexplicable que me guste vagar de noche por el centro o por los barrios del sur. Para ella, mi madre, no hay mejor actividad social que el hogar donde ocurre eso que llaman conversación, café y regaños, todo en ausencia del cigarrillo. Ella es la más buena y generosa de las mujeres. Jamás se me ocurriría hablare de lo que verdaderamente está pasando.
Siempre sabe si he dormido en casa, y aunque naturalmente no dice nada, puesto que a estas alturas seria absurdo que me lo dijera, durante una semana o dos me ha mirado entre ofendida y temerosa. Sè muy bien que jamás se le ocurriría preguntarme abiertamente, pero lo mismo me fastidia la persistencia de un derecho materno que ya nada justifica, y sobre todo que sea yo quien al final se aparezca con un abraso para ella, trufas de chocolate o una planta para su jardín de azotea, y que el regalo represente de una manera muy precisa y sobrentendida la terminación de la ofensa, el retorno a la vida corriente del hijo que vive todavía en casa de su madre adorada.